La gente con frecuencia me pregunta cómo es que me convertí en la persona que soy. La verdad es que, si bien siempre soñé en dejar algo de valor en mi trayecto por esta tierra, nunca imaginé los caminos que me ayudarían a realizarme como mujer y como profesionista.Te cuento algo de mi historia…
Nací el 4 de octubre de 1961 en la Ciudad de México. Soy la mayor de una familia de cuatro mujeres. Mi madre se llamaba Tere y era la menor de una familia de cinco hermanos. Mis abuelos maternos fueron inmigrantes catalanes. Llegaron muy jóvenes a México y crecieron rápidamente en la industria de la pastelería, logrando alcanzar una vida desahogada.
Mi padre Luis tuvo una historia distinta. Él también era hijo de inmigrantes: mi abuela era libanesa y mi abuelo gallego. Mi abuela fue madre soltera, por lo que vivió una historia de exclusión. Mi papá comenzó a frecuentar a mi abuelo paterno a los cinco años, cuando al ser molestado por sus vecinos por ser un niño sin padre, fue a buscarlo a su negocio sabiendo que él trabajaba ahí. Así comenzó una relación padre e hijo cruzada por todas las ambivalencias y limitaciones imaginables.
Mis padres se conocieron en el negocio de mis abuelos maternos: mi padre surtía de materias primas la pastelería donde mi mamá trabajaba. Se hicieron novios, y a pesar de todas las diferencias que los rodeaban, se casaron.
Mi infancia fue en un ambiente de sobreprotección por parte de mis padres, tejido de una cierta distancia emocional de mi mamá, a quien recuerdo muy a cargo de nosotras, pero ansiosa y atrapada por las demandas de un perfeccionismo convencional y por las exigencias e imposiciones de mi padre. Él, por su parte, jugaba con nosotras un doble rol: era un hombre alegre, cercano, divertido y amoroso, al tiempo que ejercía una autoridad patriarcal implacable. Yo recuerdo, en medio de esa estructura, horas y horas interminables de juego con mis hermanas, quienes hicimos un sistema fraternal entrañable.
Recuerdo también mis doce años consecutivos de trayectoria escolar en una escuela de monjas, y obvio, puras niñas. Hubo diversión y aprendizaje, pero también mucha exigencia y represión. Mis padres, por su parte, siempre al pendiente de mis amistades, con una sobre vigilancia para ver “con quién y en dónde” andaba. Esto hizo que muy tempranamente me sobreadaptara a sus requerimientos con el fin de no tener problemas con ellos, pues cualquier argumento era una batalla perdida. Así me acomodé en el pequeño mundo posible para mí, el cual disfruté, exploré y exploté al máximo.
A los 15 años, cursando segundo de prepa, me hice novia de mi único novio, luego esposo, y padre de mis cuatro hijos. Recuerdo mi noviazgo con alegría, diversión, y descubrimiento. La relación me abría “mini puertas” al exterior y a mi interior.
A los 17 años inicié la carrera de Pedagogía. Siempre sentí la vocación docente, pero no tenía interés de ser maestra normalista. La etapa de la universidad fue otra ampliación de mi mundo, con todo y lo cerrado del contexto de la misma. Mi grupo universitario, si bien en su mayoría mujeres, era más heterogéneo. En esos años de universidad descubrí mi pasión por estudiar.
A temprana edad aprendí, gracias a mi padre, el valor del trabajo, así que desde el último año de preparatoria trabajé con bastante formalidad en la apertura y coordinación de un centro de educación para adultos y en docencia en diversas escuelas. También comencé a hacer mis “pininos” independientes, dando cursos por mi cuenta.
Toda mi carrera estuvo acompañada por la enfermedad de mi madre, a quien le detectaron cáncer cuando yo tenía 17 años. Recuerdo su enfermedad como una permanente angustia ante sus chequeos constantes, donde esperábamos con miedo los resultados de sus exámenes. Recuerdo también con admiración la forma en que ella se manejó durante esa época, sin victimizaciones, y con alegría de vivir.
A los los 21 años me casé, (era virgen, pero no mártir) y al año siguiente mi madre murió. Atesoro el disfrute de mis primeros años de matrimonio, así como los lazos tejidos con mis hermanas y la centralidad de la figura de padre, que a partir de ese momento hizo todos los esfuerzos para ser presente y afectivo, más de lo que ya notablemente lo había sido. Al poco tiempo mi padre se volvió a casar con una mujer joven, relajada, tranquila y encantadora, que abrió una nueva y rica etapa de mi vida familiar.
En 1985 nació mi primer hijo, Rodrigo; en 1988 el segundo, Diego; en 1990 el tercero, Alejandro; y en 1993, Bernardo, el último. ¡Uff! Fui claro producto de una sociedad que privilegiaba a las mujeres la vida de familia y maternidad. Y luego, vivir en mi nuevo hogar de cinco varones fue un nuevo mundo: el masculino, ajeno para mí. Me fue difícil la maternidad -¡si yo no estudié normal porque los niños no se me daban! -. Aun así, recuerdo mil anécdotas formidables al lado de mis inquietos vástagos y todo entre “circo, maroma y teatro para continuar con mi vida profesional”.
Mi familia, mi matrimonio y mis diversas incursiones laborales me generaban cada vez más curiosidad sobre las dinámicas familiares y amorosas, sobre la vida en pareja, el deseo, la sexualidad y el amor. Cuando Bernardo tenía 10 meses nos mudamos a vivir a Cuernavaca, donde mi vida familiar se aligeró: las demandas sociales eran menores, la vida más relajada, además de que el movimiento en esa pequeña ciudad en comparación con la Ciudad de México, facilitaban las rutinas domésticas y de crianza. Así, fue en Cuernavaca donde retomé el estudio formal de Desarrollo Humano y la Maestría en Terapia Familiar, empezando rápidamente mi práctica profesional. Conocí gente diversa y encantadora. Hice amistades entrañables, solidarias, amorosas. El valor de los vínculos extra familiares cobró un valor especial. Se abrió mi perspectiva del mundo, la vida, las relaciones y la familia. Cuestioné mi religión y mi relación de pareja, la cual se empezó a resquebrajar. Tras una depresión severa y una terapia intensa, retomé la vida, la fuerza y actualicé mi relación de pareja hasta donde fue posible.
En el año 2004 regresamos a México e inicié el proyecto de Psicoterapia la Montaña y que aún coordino. Solidifiqué mis estudios con especializaciones en Terapia de Pareja, Clínica Psicodinámica, Terapia Individual Sistémica, Terapia Narrativa y Atención a la Violencia Doméstica. Todo esto me permitió reestructurar mi vida profesional y laboral en México.
Los hijos crecían y de algún modo demandaban menos, mi familia extensa bajó el nivel de fusión, y el climaterio me cuestionaba cómo quería vivir. Mi matrimonio se fue haciendo incompatible a mis valores y sueños, y tras resistirme, temer, y pensarlo mucho, en el 2009 terminé mi relación tras 26 años de matrimonio y seis de noviazgo. La transición fue difícil, pero el acierto de mi decisión indudable. La separación y el divorcio generaron un movimiento vertiginoso en mi vida y en la de mis hijos: movimiento que me desarrolló mucha flexibilidad, adaptabilidad y resiliencia.
Poco tiempo después de mi divorcio inicié una relación de pareja que disfruté a lo largo de casi 7 años. En ella experimenté nuevas posibilidades como persona, terapeuta, profesionista y mujer. Mi crecimiento y disfrute en esos años son parte estructural de quién hoy soy en todos sentidos. Desafortunadamente la relación terminó a pesar de los muchos intentos por recrearla y conservarla: quizás fue el haberla sobrecargado con un proyecto de trabajo lo que nos catapultó como profesionistas, pero nos desgastó como pareja. No dejo de reconocer lo mucho que aprendimos y disfrutamos juntos en el proyecto editorial que iniciamos, así como en las capacitaciones sobre inclusión y atención a la violencia que impartimos en dependencias de gobierno y organizaciones privadas. Por otro lado mi interés en la soltería, en los diversos modelos amorosos, en las dinámicas de la pareja, crecían: celos, infidelidad, toxicidad en el amor, rupturas, dudas sobre continuar o terminar… Los dilemas de mi propia vida se tocaban con lo que trabajaba con mis consultantes, mis escritos y los cursos que tomaba.
Tras el termino de esa relación amorosa inicié diversas incursiones y amistades. Empecé a viajar mucho más de lo que ya acostumbraba. Una etapa de nuevos descubrimientos, bien gestionada y bien vivida. Una buena amiga afirma que valió la pena agregar, a tantos años de estudio y de trabajo, “mi investigación de campo relacional”.
Sin duda he dedicado mucho de mi tiempo al estudio y el entendimiento del tema del amor, la sexualidad, las relaciones de pareja con sus celos, infidelidades, violencias y desacoples. Me apasiona la observación de los cambios que la vida sentimental transita en nuestros tiempos: los nuevos modelos de pareja y familia, la soltería elegida o renegada. Temas que cruzan mi trabajo profesional junto con lo que significa ser hombre y ser mujer en una sociedad “libre y liberada”, pero completamente cruzada por el patriarcado, el machismo y la violencia de género. Mis viajes constantes me han permitido, también, comparar como se dan estas realidades en otros países, diferentes culturas y sociedades. Me genera infinita curiosidad ver cómo los diferentes contextos afectan los roles de género, las relaciones de pareja, las costumbres y acuerdos de familia.
Y en ello sigo poniendo el cuerpo, la cabeza y el corazón. Dedicando mis días y parte de mis noches a leer, trabajar, estudiar, reflexionar, escribir y planear. A ratos también a tejer, cocinar y caminar por mi barrio, al cual amo. Y sin duda a elegir cuidadosamente los encuentros sociales que tengo, así como las series y películas que veo (¡y es que valoro mi tiempo como un tesoro irrecuperable!).
Sigo con infinidad de inquietudes en términos de crecimiento y de vida… y conocer, aprender, experimentar, aportar, y disfrutar. Y como siempre digo, confío en poder dejar una pequeña huella en la vida de quienes coinciden con la mía porque yo me he construido gracias a encuentros con mucha gente que ha tocado mi corazón.
Gracias por leer esta mi pequeña biografía, con suerte, tu vida y la mía, también se tocan a través de estas líneas…