“Uno se casa, se empareja o vive con quien ama y puede compartir una vida, pero el deseo no se casa con nadie”
Escrito por: Tere Díaz
Tiempo de lectura: 5 minutos
Enamoramiento y amor
Amar es cosa de gente “grande”, enamorarse no: el enamoramiento nos acontece y el amor lo construimos. Cuando estamos enamorados “solo tenemos ojos” para una persona: nuestra mente, nuestro deseo, nuestra añoranza se vierte toda en el anhelo de unión con ese “otro” que nos hace vislumbrar una promesa de completud y eternidad. El enamorado es totalmente exclusivo, pero el enamoramiento –que generalmente nos embriaga sin mucha reflexión ni análisis- pasa, y con él la exclusividad de nuestro deseo.
Parece mentira que viviendo en un mundo de libertad sexual triunfal, uno de los mayores problemas en las parejas sea la falta de deseo… ¿o el exceso de deseo –hacia otros-? Y de ahí viene a veces, y siguiendo patrones ancestrales de género, la compulsividad sexual masculina –mientras mas repertorio sexual mejor, prendiendo pequeños fuegos equívocos que tampoco satisfacen del todo el deseo- , y la retracción femenina –tiñendo de romanticismo todos los encuentros a costa de un erotismo vivo-, lo cual desacopla las expectativas y los ritmos de la pareja.
Demandas y necesidades
Y en el desacoplamiento vienen los problemas: hacemos a nuestra pareja demandas en el territorio erótico-amoroso como si fueran necesidades que se pueden satisfacer. Y es que sí, las necesidades como comida, dinero, descanso -con cierta gestión y empeño- pueden consiguirse, pero las demandas se dirigen a las personas y en general son una petición de algo: atención, cuidado, escucha, y todo esto ocurre justo en medio de la danza del amor.
Las demandas: variadas, floridas, voraces, llenas de signficiados, erráticas, y ellas, –a diferencia de las necesidades– no tienen un objeto concreto que las satisfagan, por eso nunca se pueden saciar. Entre la necesidad y las demandas fluye el deseo…
La infinitud del deseo
El deseo es como un flujo constante que parte de nuestro interior y va hacia afuera imprengando lo que deseamos y convirtiéndolo en algo significativo para nosotros. El deseo es inagotable y su importancia estriba en que justo su infinitud amortigua nuestra consciencia de finitud; la idea de la muerte. El acto de desear hace complejas las relaciones humanas, pues abre un mundo de posibilidades que generan intensidad, incertidumbre y a veces desobediencia.
Estamos en una transición amorosa en donde por un lado, el deseo impera, y no solo eso, es legítimo y necesario, y por el otro, no existen –ni existirán– más esquemas amorosos claramente trazados para vivir y canalizar nuestras demandas de amor, de afecto y de erotismo. Antaño bastaba ser hombre o ser mujer para entender claramente en qué posición nos correspondía colocarnos en la vida –y en la cama–, ¡y ay de aquel que se desviara del camino! (el del matrimonio heterosexual –de preferencia con juez y cura- para toda la vida) porque maldiciones, culpas y señalamientos caían sobre él.
Esto no significa que lo vivido en el pasado fuera mejor, pero sin duda era más simple, menos confuso y por ello habían expectativas limitadas y menores frustraciones.
¿Y entonces qué?
Hoy toca entender las nuevas geografías del corazón con más curiosidad y menos desazón. Probablemente no haya una solución en particular, sino diversas salidas a explorar, partiendo de la base de que los seres humanos podemos amar a alguien, apegarnos a ese alguien y elegir hacer una vida con él, pero nuestro deseo no está programado para saciarse en una sola persona.
Para gestionar mejor nuestro deseo…
- Crear acuerdos: comunicar con la pareja qué es lo que se desea y llegar a nuevos acuerdos. Estos acuerdos requieren ser negociados y actualizados constantemente. Lo que hoy puede funcionar quizás en un futuro próximo puede ya no resultar.
- Asumir maduramente responsabilidad: a falta de acuerdos, exceso de represión y necesidad de genuina exploración, actuar de acuerdo a los propios deseos reconociendo los límites bajo los cuales se rigen los acuerdos de la relación. Se necesita tener clara la ética de responsabilidad personal y de cuidado al otro, así como el asumir de manera adulta los riesgos de explorar, y por supuesto, aceptar las consecuencias de las propias decisiones en cualquier situación. Se requiere también ser veraz con uno mismo respecto al malestar que hay en la relación o el genuino deseo personal de expansión. Y ojo, la genuina culpa cuestiona límites, expande la conciencia y repara, mientras que la culpa “culposa” puede llevar a confesiones equívocas, dolores innecesarios y quiebres amorosos sin sentido.
- Separarse temporalmente o terminar: hacer un balance de la situación y aceptar que el deseo trasciende los límites de la relación y no se puede ni crear acuerdos ni continuar. Vivir en la evasión y en la mentira puede prolongar un dolor innecesario que supere el propio de terminar con un amor.
Para (no) terminar
Hoy no existe un camino único para todas la parejas: el amor se crea y se recrea permanentemente. Las relaciones de pareja abren sus horizontes trascendiendo la igualdad y abirendose a la libertad. Desde la exclusividad sexual hasta el poliamor, pasando por diversos acuerdos y matices, la vida de pareja se hace “dispareja”.
Hombres y mujeres, partiendo de nuestras diferentes situaciones y condiciones, hemos de disponernos a cuestionar prejuicios limitantes, desbancar creencias añejas, y experimentar, caernos, aprender y repuntar.
Claro que también podemos “simplificar” las cosas y transitar del desear lo que nos falta -dentro del reino de la carencia- a desear lo que no nos falta –dentro del reino del amor- .