Escrito por: Tere Díaz
Tiempo de lectura: 4 minutos
Desde siempre nos han enseñado que mentir es malo y decir la verdad es bueno. Sin embargo, existe la posibilidad de decir demasiada verdad, de usarla de manera inoportuna y exagerada.
Apelando a la responsabilidad y honestidad los lectores, no puedo dejar de afirmar que pretender vivir en la verdad absoluta -eso que yo llamo “verdadazos sin ton ni son”- es no solo imposible sino, en algunas ocasiones, lastimoso. Explicaré un poco más sobre vivir con demasiada verdad…
Los mundos del individuo
- Los seres humanos tenemos un mundo público con la información que damos a todas las personas: en dónde trabajamos, a qué familia pertenecemos, nuestro estilo de vida, ciertos gustos particulares, etc.
- También tenemos un mundo privado: un espacio más pequeño que solo compartimos con nuestra gente cercana y de confianza. Incluye nuestros temores, algunos deseos e intereses, necesidades importantes, experiencias vividas y valores que nos mueven en el diario vivir.
- Además, las personas poseemos un mundo íntimo que se juega en la profundidad de nuestro ser: ciertas fantasías, pensamientos y sensaciones; diversos sueños, temores, anhelos… Algunas experiencias muy personales -gratificantes y vergonzosas- que nos ayudaron a constituirnos en lo que somos. Somos los únicos seres del planeta conscientes y autoconscientes: no solo nos damos cuenta, sino que nos damos cuenta de que nos damos cuenta. Eso nos permite relacionarnos con nosotros mismos y por tanto tener una vida de íntima. Efecto de esta competencia humana surge la ineludible relación de “mi conmigo”.
Todos tenemos, desde la responsabilidad y buen juicio, derecho a preservar un mundo íntimo para nosotros mismos: en él cuestionamos, soñamos y construimos nuestro ser. Frecuentemente ni nosotros podemos descifrarlo y comprenderlo con claridad, menos aún abrirlo y compartirlo con los demás. Quererlo poner en palabras y trasmitirlo al otro, además de ser difícil es arriesgado. Por eso es sano y necesario conservarlo como algo propio e interno.
Entonces, ¿demasiada verdad?
Nuestra dimensión íntima nos hace inevitable la autoevaluación y, por tanto, la emisión de un juicio sobre nosotros mismos: ¿esto que hago me gusta? ¿quiero seguir en esta relación? ¿siento que avanzo hacia mis metas de vida? ¿honro mis valores y atiendo mis necesidades e intereses? De las respuestas a estas preguntas nos enfrentaremos a una valoración personal que puede agradarme o confrontarme en lo más profundo de mi ser. Ante un escenario de confrontación se vale que busques un espacio terapéutico para trabajar sus contenidos.