Llega la menopausia… ¿y?

Hablemos sobre la menopausia

Escrito por: Tere Díaz

Tiempo de lectura: 5 minutos

 

La vida después de los 50-60 años es, como dice Gloria Steinem (1994), en sí misma, “otro país”. No tenemos modelos, al menos no de nuestro gusto. Vivimos en una sociedad profundamente “edadista”: a la vejez se asocian ideas de fealdad, enfermedad, pérdida, deterioro, y no es de extrañar que se conviertan en temores. La edad madura nos pilla desprevenidas y sin preparación para los largos años que nos esperan. ¿Qué pasa después de la menopausia?

La diversidad de mujeres existentes, con diversas coyunturas vitales y profesionales, no ha transformado el imaginario social de lo que puede entenderse por ser “una mujer mayor”, y tampoco ha supuesto un cambio significativo seguir asumiendo los trabajos de cuidado, la maternidad y el peso de la relación de pareja, para cuya igualdad parece que hacen falta aún unas cuantas generaciones.

 

Pero ¿quiénes somos si ya no somos las de siempre?

La identidad de las mujeres ha estado definida culturalmente por tres elementos biológicos básicamente: menarquía, maternidad y menopausia. Esta “identidad biológica” no incluye otros aspectos cruciales en el desarrollo de la personalidad adulta: el trabajo y la jubilación; los cuales si se consideran en el desarrollo adulto de los hombres.

Desde esta definición biológica, en la menopausia dejamos de ser seres socialmente significativos, dado que nuestra contribución básica a la sociedad se entiende y valora a través de la maternidad. Las mujeres nos definimos en gran medida a través de las relaciones, de los vínculos que establecemos con los demás; con frecuencia confundimos identidad con intimidad.

 

Entre edadismo puro y duro y edadismo sutil.

La evidencia de que existe un prejuicio cultural hacia las personas mayores, por el solo hecho de serlo, se denominó “edadismo” e incluye todas las conductas, sentimientos y actitudes de rechazo o desagrado hacia las personas que no son jóvenes. Estos prejuicios se acentúan más hacia las mujeres que hacia los hombres.

Las mujeres se supone que alcanzamos la mediana edad y la vejez a una edad cronológica más joven que los hombres, que son quienes se han reservado un margen de “vida social significativa”, un especio de “juventud social”, de casi veinte años más que el que conceden a ellas. Este doble estándar del envejecimiento señala que hacerse mayor tiene un significado cultural diferente para las mujeres y para los hombres, actitud que lleva a considerar que mientras los hombres maduran, las mujeres envejecen.

Así, es frecuente oír frases como: “estás muy bien para tu edad”, o “mi madre no es la típica mujer mayor”, bajo las que puede olerse la desvalorización de las personas de edad. Esas excepciones confirman la regla: porque lo que se espera a nuestra edad es que estemos hechas una ruina, un horror. El imaginario juvenilista no hace espacio al cuerpo y la vida de las mujeres mayores que tienen que seguir enmascarándose y torturándose para poder ser admitidas en el único mundo posible: el de las personas jóvenes… y delgadas.

 

¿Qué queda? Un camino hacia nosotras.

Hoy podemos cuestionar y desvelar los estereotipos sexistas y edadistas de nuestra cultura. La vejez es parte de nosotras y eso nos debería reconciliar con ella: el envejecimiento es un proceso de “llegar a ser”, un camino que recorrer. Un hacerse no un destruirse. Algo propio en lo que nos aplicamos con interés y dedicación Por eso requerimos crear nuevos mapas mentales, muchos de ellos ajustes entre lo que la realidad nos ofrece y las creencias culturales que nos han acompañado y atemorizado por tanto tiempo.

 

Hay que desvelar que esa insatisfacción profunda con nuestra apariencia proviene de la propaganda edadista que hemos internalizado.

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