¿Pues qué le hago? Sí me gustan los hombres

Tras un par de años de soltería –y entendiendo mejor a tantas mujeres que quieren tener pareja y la buscan con cierta decepción-  miro con una chispa especial a diestra y siniestra, consintiendo con secreto regocijo el deseo que recorre mi mente, mi cuerpo y mi corazón de tener más cerquita a un “santo varón”. ¿Pues qué le hag0? Me gustan los hombres.

 

Escrito por: Tere Díaz

Tiempo de lectura: 6 minutos

 

No hay modo de no mencionar el típico de “los hombres no se comprometen”; y es que en esta transición no hay duda de que hay algo de eso. ¿Por? Las mujeres en general nos mostramos más disponibles emocional y sexualmente que los hombres, más propensas a desear el compromiso y la exclusividad; esto –como cualquier oferta de mercado– facilita que ellos controlen mejor las condiciones de los encuentros. 

Solo el amor y el deseo conducen al compromiso que involucra la voluntad. Esa estructura cognitiva, moral y afectiva que nos permite vincularnos con un futuro y renunciar a la posibilidad de maximizar nuestras opciones. La posibilidad mayor de opciones, entonces, no facilita sino que inhibe la capacidad de comprometerse con un único objeto en una sola relación. Hay más mujeres disponibles, dispuestas, y deseantes, que hombres en la misma condición.

 

 

De la soltería al querer tener un hombre a mi lado 

Así con los puntos puestos sobre las “íes” –y en medio de tormentas y vociferaciones- regreso a mi gusto por los hombres. Sin desacreditar a todas aquellas que se encuentran entre lastimadas y filosamente resentidas, no puedo dejar de pensar que muchas de ellas, en su recóndito fuero interno anhelan –entre la resignación y el recelo- el acompañamiento de un buen amor. Nadie dice que encontrarlo y cultivarlo sea fácil, pero ¿por eso hemos de desacreditar, descalificar, menospreciar la búsqueda, el deseo del encuentro, y con ello lo que un hombre nos puede aportar?   

Va entonces una lista de aquello que no me puede dar ni mi bendito padre, ni mi querida madre, ni mi amorosa hermana, ni mis adoradas amigas, ni mis hermosos hijos, ni nadie más. Y miren que de todos ellos recibo cosas hermosas, pero hay cosas que solo un hombre me puede aportar. 

¿Qué me gusta de los hombres?

  1. Observarlos. Experimento algo entre estético y poético al verlos moverse, conversar, reflexionar y sentir. 
  2. Su mirada discretamente curiosa y explícitamente deseante me confirma como mujer. Sentirme escudriñada por ellos me arraiga gozosamente a mi sexo.  
  3. Su compañía me conecta a mi ser mujer y a dejar de lado los papeles de madre, hija, esposa, hermana. Experimento un florecimiento primitivo, intuyo una complementariedad categórica: me basta ser quien soy, me basta ser mujer. 
  4. El contacto piel a piel me alimenta. El abrazo de pareja contiene una intimidad y un derrumbamiento de barreras psíquicas que me nutre.
  5. El intercambio del juego erótico: esa danza de palabras, miradas, sonrisas, gestos, palabras o roces me resulta delicioso. La seducción y sensualidad estimula mi espíritu mediante la actualización de mi dimensión erótica, me genera vitalidad y un particular arraigo a la tierra. 
  6. Me gusta el cuerpo masculino, y simplemente me gustan los penes. Sin duda el preludio sexual es embelesante, pero un pene erecto, listo para una penetración sin protocolo es también una excitante provocación.  
  7. Ser el deseo del otro es un gran generador de deseo. No solo porque cabalgando sobre el deseo del hombre se agudiza el mío, sino también por el simple disfrute que me produce su gozo; me deleito en su deleite. 
  8. Siendo una mujer fuerte, amo la sensación de su fortaleza física y de mi “debilidad”. Las mujeres que luchan contra la supuesta idea del “sexo débil”, sepan que estoy con ellas, pero esa lucha por la igualdad no me quita la profunda riqueza de recibir la contención de unos sólidos y apretados brazos masculinos.

9.- Su pensamiento práctico, concreto y resolutivo, al tiempo que ayuda a parar mi mente en momentos de excesivo “futureo” y obsesivo escudriñamiento, me estimula a pensar, mirar y entender la vida desde perspectivas diferentes.

10.- Su presencia me reta a desbancar roles pasivos de género, abre la posibilidad de ser proactiva, provocativa, actuar y vivir mis propios valores. Tomar la iniciativa –en la cama y en la vida- me invita a ver sus reacciones, conocer, conocerlos y reconocerme. 

 

En conclusión…

El tema da para abordarlo por muchos lados, yo prefiero resaltar que estamos en una transición en donde no existen –ni existirán más– esquemas amorosos claramente trazados, y por tanto toca entender las nuevas geografías del corazón con más curiosidad y menos desazón.

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