LA CRISIS DE LA EDAD EN LA PAREJA

Un trayecto con sus trastabilleos y momentos de paz, tormentas, ocasos y amaneceres cuando de pronto: La crisis de la edad en pareja.

Escrito por Tere Díaz

Tiempo de lectura: 5 minutos

La vida después de los 50-60 años es, en sí misma, “otro país”.

Gloria Steinem

La longevidad –producto de la ciencia y de la tecnología- es una constante en nuestro siglo XXI y las parejas, ya sea en primeras, segundas o en terceras nupcias, o emparejamientos o arrejuntamientos, gustamos de construir relaciones amorosas ya bien entraditos en edad.

No sobra decir esto si pensamos que no hace tantos años la gente moría a los 40 o 50 años, y que además, antaño el matrimonio, tan en función de la procreación y la crianza de los hijos, se centraba en sacar a la prole adelante, y no en buscar espacios de erotismo, de comunicación y de intimidad. 

Esta variante, que sin duda es una conquista del mundo contemporáneo, plantea sus dilemas.

¿De qué va la vida de pareja cuando las hormonas decrecen, la piel se adelgaza y empieza a pesarnos la edad?

¿Qué ocurre hoy con las parejas que a lo largo del tiempo no se conforman con “estar juntos hasta que la muerte los separe” y menos si falta el erotismo, el afecto y el disfrute personal?

Sin duda el mayor temor es con frecuencia la llegada de la menopausia y de la andropausia, y con ella el aburrimiento y la falta de vitalidad.

Se ha enfatizado mucho  de manera exagerada el tema del envejecimiento femenino en nuestro mundo patriarcal, por no decir el señalamiento al mal humor de las mujeres, a su falta de deseo sexual y a su poca disposición a lo que antes “toleraba bien”.

“¡Cómo has cambiado!.

¿Pero si el año pasado aún te encantaba prepararme la cena cuando regresaba de trabajar? ”.

Esta y otras afirmaciones nos inclinan a pensar que la tercera edad es un problema básicamente femenino, pero de igual forma son muchos los hombres que llegan a mi consulta cansados de tener que ser profesionales exitosos, proveedores infalibles, y además, atemorizados de no poder sostener una erección. 

Contrario a lo que se piensa comúnmente sobre la súper potencia masculina y la falta de deseo femenino, las mujeres, a los 40 años alcanzan el “cenit” sexual mientras que los hombres veinte años antes comienzan a perder vigor y parte de su apetito sexual.

Uno de los aspectos que generan crisis de pareja

Dicho esto hemos de considerar que además de los factores físicos que generan crisis de pareja en la edad “bien” adulta,  las creencias alimentadas sobre el amor, la pareja y la sexualidad durante esta etapa de la vida, tienen mucho que ver con la manera de afrontar la adaptación a la tercera edad.

La calidad de vida y el manejo de la crisis entrados los cincuentas, depende no solo del manejo de nuestra dimensión física sino de la forma de vida elaborada en los años previos.

Llegar a la edad madura (valga la redundancia) habiendo madurado, hace una diferencia en el acoplamiento de la pareja.

Y con todas las demandas sociales diferentes a hombres y mujeres, madurar implica lo mismo para unos y otras–aprender de los errores, asimilar los fracasos, desarrollar la autocritica, disfrutar de lo que sí hay, adecuar las aspiraciones a las posibilidades, recuperarse de las pérdidas vividas y afrontar con responsabilidad y positividad la propia vida-.

Esta madurez emocional, abre la puerta a la actualización de las relaciones amorosas con una gran caja de herramientas adaptarse al cambio.

Pero en cuanto a madurar sexualmente existen importantes diferencias entre los sexos.

La andropausia, a diferencia de la menopausia, está más inducida por factores ambientales y psicológicos que por factores hormonales, y aunque sin duda existe una baja de testoterona en los varones, el problema de la impotencia, cuando se presenta, correlaciona más con la inseguridad personal y el miedo al desempeño que con dicha baja hormonal. 

Las costumbres sociales y alimentarias –el consumo de tabaco, alcohol y grasas de origen animal- es el principal causante de tal síntoma en tanto que afecta el tejido vascularizado del cuerpo del pene quitándole capacidad de esponjamiento y dificultando la erección.

A esto hemos de sumar el efecto psicológico -miedo, inseguridad, humillación- que produce la pérdida de la turgencia.

Si sumamos entonces los factores orgánicos y ambientales productos de los hábitos y estilo de vida mencionados, la posibilidad de una impotencia mixta degenerativa es real.

En el caso de las mujeres, si bien el estilo de vida y los hábitos sanitarios también afectan la forma de llegar a los cincuenta, la menopausia sí genera un veloz declive de la producción de estrógenos restando plasticidad y capacidad de lubricación a la vagina así como una disminución de la libido.

Aún así, el deseo no es puramente hormonal, y un adecuado tratamiento de remplazo junto con la liberación de una sexualidad condicionada por el temor al embarazo o por el uso de medios para evitarlo, abre la puerta a un ejercicio sexual más libre.

El sexo adquiere todo un significado lúdico al servicio del placer, el erotismo, y el amor.

Para acompañarnos en pareja durante esta etapa hemos de asumir que con los años podemos perder ciertas facultades físicas pero también entender que –si seguimos buscando estrategias de adaptación sanas-  ganaremos habilidades que nos den plenitud y satisfacción.

La sexualidad y el erotismo cabalgan con la vida pero nunca terminan, por eso con el avance de la edad, si bien desaparece el impuslo arrebatado de la pasión y la urgencia, la práctica sexual deviene más lúdica y plácida y por tanto, no menos gratificante. 

¿Cómo facilitar esta transición?

La capacidad de valorar el erotismo de forma positiva a través del tiempo, incluye el desarrollo de la dimensión erótica de forma integral y no solo hormonal, y esto implica el cuidado al cuerpo integral:

el cultivo del atractivo sexual que incluye gestos, miradas, forma de andar; la vitalidad que es una mezcla de buena condición física, energía social y buen humor;

la presentación que incluye el arreglo, la higiene y el estilo; el encanto que implica conservar el sentido del humor, la inteligencia, la sencillez; y obvio la práctica sexual misma que incluye la capacidad, habilidad y conocimiento sexual con los que contamos y que podemos desplegar llegado el momento.

El erotismo va más allá

Si bien todo esto implica erotismo, también es cierto que habla de una capacidad de explotar nuestros recursos al máximo a favor de nuestro deleite y del juego seductor con nuestro compañero de vida.

Instalarnos de forma gozosa en esta etapa implica decir NO al “edadismo”, esa forma de discriminación que incluye el prejuicio cultural hacia las personas mayores por el solo hecho de serlo y que incluye conductas, sentimientos y actitudes de rechazo o desagrado hacia quienes no son jóvenes.

Así no nos compremos los mensajes de que “cualquier tiempo pasado fue mejor” y de que la juventud “es el más divino tesoro”.

Nunca he visto a un joven, por realizado y competente que sea, disfrutar de la plenitud integral que aporta la madurez de una vida bien vivida. 

Lo mejor a los 50 o a los 60, no tiene nada que ver con lo mejor de los 25 o de los 50, es diferente, hay pérdidas sí, pero ganancias también.

¿Podremos entonces liberarnos de comparaciones, competencias y valoraciones cuantitativas que nos llevan a pensar que todo lo que no son “truenos y centellas” ha de considerarse, aún en la cama y en el corazón, menos válido y gratificante?

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