En busca de mi tiempo perdido (sanando heridas de la infancia)

Últimamente he pensado en el tiempo que los primeros espacios que habité en mi vida estaban cerrados. Eran fraccionamientos clausurados habitados por  familias “escogidas” que metían a sus hijos en las mismas escuelas y los obligaban a hacer amigos “exclusivos”.  Quizá por eso en un gusto decir que en estos días vivo en La Roma – Condesa; dos colonias nada tienen que ver con mi pasado.

Es un agasajo caminar en ellas; cualquier día, a cualquier hora, por casi cualquier calle. Observar cafecitos repletos de gente diferente, parques llenos de un poquito de todo, librerías atiborradas de gente y bicicletas, que van de un lado a otro, conducidas por jóvenes de mochila al hombro con sonrisa particular. Esta grata diversidad de personas distan mucho de mis primeros compañeros de vida -de infancia, adolescencia, adultez temprana y media-, que todavía viven en espacios recluidos, bonitos, pero con sabor a “todo igual”.

En busca de mi tiempo perdido

De pronto me entra un viaje a la Proust, y me da por implicarme con esmero en la búsqueda del tiempo perdido con esa sensación de que desperdicié tiempo y vida; que no experimenté lo suficiente. No conocí a los humanos necesarios, y que no he visité los top ten. Y como hilo de media llegan a mí aquellos mandatos infantiles que mi madre tarareaba con la voz de Serrat: “hija ‘que eso no se dice, que eso no se hace, y que eso no se toca’ “ (sorry, soy casi sesentona y crecí de la manita de Joan Manuel). Por no decir las exhortaciones-imposiciones paternas de “las niñas decentes…”, “las mujeres educadas…”, “las buenas niñas…”.

Y me detengo, y recopilo y me vivo en el presente, y me digo “mi vida es buena”. No en vano he tejido y destejido mi experiencia, he llorado mis traumillas, liberado algunas represiones, actualizado mis queridas relaciones y pensado a la Neruda:

 “Vida nada me debes, vida estamos en paz”.

Los aprendizajes del camino

¿Qué me ha tomado tiempo? Sí. ¿Qué ha tenido sus bemoles? (es decir momentos bajos y complicaciones) obvio. Pero  ¿ha valido la pena? Mucho. Todos sufrimos “más menos”, todos tenemos historias que nos marcan, todos hemos de acomodar nuestros cajones para dar cabida a lo nuevo que viene por vivir. Deshacerse del pasado es imposible, pero resignificarlo es un regalo que refresca la vida.

No sería la que soy sin lo vivido, y no quisiera cambiar a quienes troquelaron parte de la persona en la que me he convertido. Por ahí citaba en otro escrito a Harold McMillan quien afirma que hay que “…utilizar el pasado como trampolín y no como sofá”.  Por eso camino ligera y con una sonrisota en la boca por mi barrio, pensando que no necesito correr tanto porque el futuro se encarga de dar sorpresas sabrosas, pero sobre todo por la libertad que hoy tengo de regresar solo cuando quiero a aquellos fraccionamientos anquilosados, y visitar por ratitos –y con agradecimiento- a esas personas que se quedaron ahí.

***

También recomendamos 

Sanar las heridas de la infancia (para ser adultos felices)

Por qué el arte es la terapia que todos necesitamos

(Visited 742 times, 1 visits today)