¿Te gusta gustar?

OK, le gustas a los demás, pero ¿te gustas a ti misma?

Escrito por: Tere Díaz

Tiempo de lectura: 4 minutos

A todas nos gusta gustar. Resultar agradables, interesantes y atractivas para los demás –en el amplio sentido de la palabra- tiene su encanto. Uno de los deseos más grandes de las personas es ser aceptadas y pertenecer. Pero pasar de esta necesidad a un atrapamiento en todo lo que tiene que ver con la apariencia, la estética, la imagen, el cuerpo y el vestir, es otra historia.

¿Para lucir hay que sufrir?

Cómo recuerdo a mi madre, siendo yo muy niña, carrereándome para ir a algún evento social, alistándome entre prisas y repitiendo su tradicional cantaleta: “para lucir, hay que sufrir”. Y ahí me tienen sentada en el banquito del baño con la cabeza de un lado a otro entre cepillazos y letanías de buenos modales.

¡Qué consigna! Entre que soy mujer de mediados del siglo pasado, y vengo de una familia conservadora y burguesa, y entre que eso de gustar y ser aceptada era el non plus ultra, ahí estaba desde chica con gestos modositos, atuendos “cuquis”, alaciando mi pelo rebeldón, y enojándome conmigo misma por “imperfecciones” imperceptibles –típicas de cualquier cuerpo- pero imperdonables a mis ojos y a la cantaleta, ya taladrada en mi cabeza, de mi mamá.

¿Gustarte a ti o gustarle a los demás?

Nuestra imagen importa, es una “primera carta de presentación”. Pero ¿a quién importa más?, ¿dónde quiero ser aceptada?, ¿a quiénes temo desagradar? Las mujeres crecimos con el mandato de gustar, de ser validadas desde la perfección física y la belleza inalcanzable, y adaptarnos a los deseos de los demás. Y, además, las que somos heterosexuales, también hemos sido sermoneadas con consignas de “si engordas, nadie te va a escoger”, “te ves tan dejada que das penita, ¡échale ganas! ¿no?”. Anhelamos la mirada de los hombres, pero ¿no es con frecuencia una mayor presión el juicio y la aceptación de las demás mujeres? Mucho de lo que hacemos pasa primero por el filtro de las amigas, colegas, hermanas, para que, “dándonos el visto bueno”, nos incluyan y nos dejen de criticar.

¿Hermandad o competencia?

La vida femenina, en muchos sentidos, ha sido nadar contra corriente, ¿entre nosotras vamos a agregar obstáculos a las muchas brazadas y pataleadas que el día a día nos requiere para flotar? Te invito a que:

  • Dejemos de valorarnos por el eje estético y los cánones de moda y belleza imperantes y abrumadores.
  • Cambiemos los juicios respecto a “las fachas y dejadeces”, y elijamos conocernos ya aceptarnos por otros atributos que incluyan nuestros deseos, quehaceres, valores, competencias y sueños.
  • Paremos los comentarios sexistas a elecciones de imagen: que por ser más “atrevidas” y coquetonas, nos ponen en el horroroso nivel de “zorronas” o “vulgares”.
  • Dejemos de temernos unas a otras por la exclusión que implica no usar determinada marca o lugar exclusivo.
  • Acompañémonos a posicionarnos en la vida como mujeres libres para elegir hasta el color, o sin color, de uñas que queremos.

Yo me gusto

Me he vuelto más “dejadita” – como decía mi abuelita- y más relajada también. Y es que se me resbala bastante que otras mujeres me juzguen por mi “arreglo” y se incomoden con mis modas muy a estilo personal. Y, con todo el respeto a mi santa y difunta madre, he dejado de lado sus cánones de belleza y sus jerarquías de excelencia para mi apariencia personal.

Nada malo veo en cuidar nuestra apariencia y mantenernos sanas y atractivas, pero mi cuerpo es el que determina lo que le viene bien, lo que disfruta, y eso muy pocas situaciones me lo harán a dudar. Seamos parte activa en el desmantelar el engranaje estético que, alimentado por juicios, críticas, opiniones y exclusiones de nosotras mismas, nos quiere controlar.

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