“Superwoman” (y súper cansada…)

Escrito por: Tere Díaz

Tiempo de lectura: 7 minutos

 

Me siento afortunada de haber nacido en los 60s y con ello empezar a disfrutar de las posibilidades de una vida que a mis “ancestras” les hubiera sido imposible imaginar. Fui a la Universidad, me casé con quien quise, he trabajado toda mi vida, me he especializado, diversificado y refinado en mi profesión. Tengo los hijos que elegí tener y vivo bastante a mi placer… podría considerarme una superwoman, y también súper cansada

 

Las mujeres hoy hemos conquistado muchos territorios nunca pensados para nosotras, vamos escogiendo lo que antes se nos imponía y disponemos de más recursos para diseñar la vida. Pero muchas veces minimizamos que lo que para nosotras son grandes logros y liberación, también tiene una trampa de exceso y de invisible coerción.

 

En nuestra esfera privada habilitamos la vida de nuestras familias y quereres cercanos: parejas, hijos, padres, hermanos, amistades y compromisos sociales en general; y en la esfera pública también desempeñamos roles y puestos de trabajo –con sueldos con frecuencia menores a los de los varones- tendientes a proporcionar servicios que faciliten la vida de quienes están a nuestro alrededor. Hay sus excepciones, pero pareciera que en el ser mujer está dicho que hemos de “ser para los otros” y dejarnos en segundo lugar, siempre por supuesto esforzándonos un tanto de más.

 

Y ahí andamos haciendo “circo, maroma y teatro”, buscando recursos y armando malabares para hacerlo todo y hacerlo bien, tratando de llenar el rol de superwoman. Pero ¿será necesario, lógico y natural que seamos una superwoman que explicita o recónditamente se siente a punto de tronar? Querer conciliar tantas faenas nos supera en demasía, nos deja escaso tiempo libre y merma de forma considerable nuestro bienestar.

 

¡Ah! Y solo nos quejamos cuando ese “demasiado” o se nos “pasó de tueste”, cuando ya estamos súper cansadas. De vez en vez una explosión, ¡cómo no, si somos humanas!; sobre todo cuando vemos que nuestros queridos más cercanos -que nos aman, sí, pero se nos cuelgan, también- tienen más tiempo libre, menos responsabilidades, más diversión y menos agotamiento. Es hasta entonces que empezamos a cuestionar si no podremos “tener una rebanadita de ese mismo pastel”.

 

Y es que cuántas veces no nos ha pasado -por los prejuicios de la sociedad- sufrir:

1. Que te culpen si tu hijo tiene algún problema. Nuestro rol de encargadas de la vida emocional de quienes nos rodean hace de los problemas de nuestros hijos, y a veces hasta de nuestra pareja, nuestra responsabilidad. La sobrecarga que nos da el ser proveedoras emocionales de todos es una función que ni se ve, ni se contabiliza, ni se nota; pero se exige y drena mucha de nuestra energía.

2. El desfase emocional que hay con los hombres. Sobra decir que en cuanto a alfabetismo emocional somos más avanzadas y la falta de empatía masculina es un hueco en nuestras relaciones.

3. Tener que masculinizarnos para sobrevivir en ciertos contextos. O nos “amachamos” o nos “rechingamos”, pues la sociedad patriarcal favorece estrategias de competencia, dureza emocional, e individualismo, para poder triunfar.

4. El manejo de la culpa por no ser “la madre, esposa, hija, mujer “ideal”.

5. Que lo que en ellos se condona en nosotras se condena. Somos más severamente juzgadas por la sociedad: en libertad sexual, en ausencias de casa por motivos de trabajo; una mujer que da la misma importancia a su profesión que a su familia, se le puede tachar de “madre desnaturalizada”.

6. La exigencia en la belleza física, nos discriminan o critican por no tener la imagen femenina ideal.

 

Las mujeres manejamos dobles y triples turnos y desplegamos la impronta de ser “satélites de los deseos ajenos” y amalgama del “verdadero amor”. ¿Se abusa de nosotras? Sí. Y con un espejismo de “libre elección” lo que se perpetúa es un “sexismo de libre elección”. Por eso no entendemos: si nosotras escogimos nuestra vida ¿por qué nos sentimos tan mal? Es que adaptamos nuestras preferencias a lo que se nos ofrece, pensando que elegimos con libertad. Nadar contra corriente desgasta, el problema es que a punta de hacerlo y de que nos salga, nos parece normal.

 

No solo las alternativas reales siguen siendo limitadas, sino que los condicionamientos de género siguen afectando nuestro pensar, sentir y actuar. Aún falta una conciencia para cuestionar más la forma en que vivimos, y también faltan verdaderas alternativas que concilien lo laboral, lo familiar y lo personal. En eso estamos muchos, y seguimos sembrando de a poquito, pero entendamos pues -y comprendan quienes creen que la igualdad de género ya es una conquista: ¿cómo no nos vamos a agotar?

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