Gracias y desgracias de ser hombre y de ser mujer. Lo que suma y lo que duele de nuestro sexo…

Hablemos de las gracias y desgracias de ser hombre y de ser mujer. Lo que suma y lo que duele de nuestro sexo…

Qué importante es hablar de lo que se espera de hombres y mujeres en el marco del Día Internacional de las Mujeres, para reconocerlo en nuestra vida y promover en ella una nueva manera de vivir nuestra vida, con más armonía entre los hombres y las mujeres.

Porque ¡Ah cómo le gusta a la gente hablar de la “naturaleza femenina” y la “naturaleza masculina”! Y a santos de esa mentada naturaleza acabamos – tanto hombres como mujeres –  tendiendo que ser, hacer, desear y sentir una cantidad de cosas que con frecuencia ni nos “nacen” tan naturalmente, ni nos hacen sentido alguno.

 

Y entonces sí.

Cuando empezamos a cuestionar lo aprendido y lo impuesto, nada más nos despegamos un poquito de lo que se espera de nosotros y vienen a granel los juicios, prejuicios, señalamientos y alejamientos de quienes se consideran el estandarte de las “buenas costumbres” y poseedores de la “verdad absoluta”. 

¿Y a santo de qué resulta que ahora las multitudes son expertas en temas de biología, etología, antropología, y anexas? Porque eso de que nos adviertan que estamos dejando de escuchar a “nuestro instinto” y yendo en contra de “nuestra naturaleza”, generalmente viene más en un tono “moralino” que científico y por supuesto con un tejido de culpas, deberes, traiciones, y frustraciones que difícilmente nuestro fuero interno alcanza a percibir, digerir y a descartar. 

No hay duda que hombres y mujeres no somos iguales, tenemos diferencias biológicas notables

Sin duda los recientes estudios de las neurociencias señalas diferencias precisas que nos distinguen de manera particular, pero en el contexto social en el que vivimos, en el cual por siglos los hombres han dominado el espacio público y han ejercido autoridad en el ámbito privado también, se genera una sistema de jerarquías que hace distinciones entre lo femenino y lo masculino que nada tiene que ver con nuestras diferencias biológicas; este dominio masculino ha dado origen a un sistema de jerarquías que se extiende hacia los ámbitos culturales, políticos y sociales, y que se conoce como Patriarcado, que como sistema sociocultural en el cual se considera que los hombres deben tener el poder y mandar sobre las mujeres, tanto en la familia, el trabajo como en la sociedad. 

Este complejo sistema de jerarquías ha generado efectos directos en la forma en que hombres y mujeres entienden su identidad y sus formas de relacionarse, no solo a nivel de pareja, sino con sus familias, en sus trabajos, con sus amistades, y en general con ellos mismos y la sociedad.

Sexo y Género

Para entender como se gesta esta confusión tendremos que hacer algunas distinciones importantes entre lo que es el sexo y lo que es el género.

La palabra “Sexo” se refiere a las características biológicas con las que nacemos: las personas nacemos hombres o mujeres. 

Por su parte, la palabra “Género” tiene que ver con lo que significa ser hombre o ser mujer dentro de una cultura y momento histórico específico: incluye las ideas, creencias, atribuciones, que se asignan a cada sexo. El género se basa en las diferencias sexuales para construir los conceptos “femenino” y “masculino”, los cuales determinan los comportamientos y oportunidades atribuidos y permitidos a cada sexo. 

Estereotipos de Género

Cuando hablamos de estereotipos de género, nos referimos a las características y conductas que se esperadan de los hombres o de las mujeres desde la construcción de género. Son generalizaciones, ideas simplificadas, descripciones parciales y distorsionadas sobre las características de hombres y mujeres, que terminan por viviéndose como verdades absolutas. 

En el contexto social en el que vivimos, se han creado los estereotipos sobre cómo deben comportarse los hombres y las mujeres, sobre qué es femenino y qué es masculino. 

No hay duda que una cultural patriarcal legitiman – a través de estos comportamientos esperados – un poder in equitativo, al fomentar la creencia de la posición superior del varón respecto a la mujer y por ende, el dominio de los unos sobre las otras.

Así, de los hombres se espera:

  • Destrezas en el deporte, los negocios, la política y en todos los espacios públicos de la vida social.
  • Manejo de los recursos, exposición ante los peligros y toma de decisiones “importantes”.

  • Derecho de ejercer el poder sobre las otras personas que tienen menos poder que ellos (mujeres, niñas, niños, personas adultas mayores). 
  • Exigir que las otras personas satisfagan sus deseos y necesidades, así como a gozar de privilegios para decidir y hacer lo que deseen.
  • Incluso un permiso explícito o tácito de que utilicen la violencia –verbal, emocional, económica, patrimonial, incluso hasta la física – como forma de control.
  • Por supuesto que sean proveedores, protectores, procreadores y autosuficientes.
  • Se privilegia el cultivo de la razón, la fuerza, la valentía y el trabajo.
  • Se fomenta la disociación de sus sentimientos para mostrar dureza y control y esconder los sentimientos de miedo, tristeza o vulnerabilidad.

Por su lado, de las mujeres se espera:

  • Cumplir ciertos roles o papeles sociales dentro de los ámbitos de la familia como ser madres, cuidadoras, comprensivas y que nutran la vida.
  • Demostrar sus emociones y sentimientos antes que su inteligencia: alentándoles en el cultivo del sentimiento, la abnegación, la debilidad y la ternura.
  • Satisfacer los deseos y necesidades de otras personas antes que las propias.
  • Ser dependientes y subordinadas ante las decisiones de los hombres.
  • Lucir como objeto de atracción sexual.

El desequilibrio

Estos atributos, femeninos y masculinos, tienen como resultado una deferencia social que genera un desequilibrio en las posibilidades y opciones de decisión para cada persona, pues cualquier cosa que se aleje de los atributos asignados, les hace sentir que no son “suficientemente hombres” o “buenas mujeres”, lo que deriva en temores e inseguridades frecuentes.

La sociedad y la cultura refuerzan constantemente estos estereotipos a través del lenguaje, de tal forma que lo que se dice de una persona ante conductas similares, es muy distinto si se trata de una mujer a si se trata de un hombre.

¿Qué hacer, entonces?

Lo primero es buscar ayuda. Todas necesitamos un empujón para encontrar nuestra identidad y por qué no nuestros deseos. Requerimos ayuda para sobrevivir, para caer paradas y para resistir los embates que se nos ponen enfrente.

Lo segundo que me viene a la mente es que para avanzar hay que detenernos a analizar y  revisar, no sólo a nosotras mismas, sino lo que nos rodea.

Preguntarnos qué parte de nuestros problemas dependen del comportamiento individual, y qué parte del entorno en el que estamos inmersas. 

Y es que aunque las mujeres hemos conseguido cambios fundamentales, todavía 

vivimos en un mundo patriarcal en el que se nos imponen roles y formas de comportamiento. En pleno siglo XXI aún somos satélites de las demandas de los demás, aún tenemos que postergar nuestros sueños, para que otros los cumplan. 

La realidad –imperfecta y machista– nos lleva a dudar de lo que somos y de lo que queremos. Esto hace que muchas se sientan frustradas por no cumplir las expectativas ajenas, por no ser lo que otros esperan. Dicho eso, vale la pena replantear el camino y encontrar maneras de centrarnos en nosotras, para así querer bien a los demás. 

Si bien hay mucho qué agradecer a quienes lucharon por los derechos que tenemos hoy, el piso sigue sin ser parejo, así que la lucha sigue, sigue… ¡sigue!

Mujeres solidarias

“No te sientes a esperar a que lleguen las oportunidades, sal a buscarlas.”

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