Si tu mamá sigue chin… y jode

Hablemos de ¿qué hacer si tu mamá sigue chin… y jode?

Escrito por: Tere Díaz

Tiempo de lectura: 7 minutos

Como adultas, hemos de llegar a una edad en que la conquista de nuestra autonomía emocional y de nuestra independencia económica, se hace una tarea ineludible en la vida de todas las mujeres.

Muchas veces, como mujeres jóvenes, y gracias a una serie de oportunidades en términos de avances en la igualdad de género, podemos rebasar a nuestras madres en esta carrera de independencia económica, pero lo que se nos dificulta conquistar es nuestra autonomía emocional frente a ellas: culpas, reclamos, enojos, y chantajes, permean mucho las relaciones madre e hija.

Es importante mencionar, que aún en la adultez en la que nos acercamos en muchos sentidos a nuestras madres, los lugares que ocupamos en el sistema familiar – ya sea en el subsistema de hijos o en el subsistema parental – no se modifica: una madre ha de fungir como tal y la hija no tiene porque convertirse en la madre de su madre.

Si bien el respeto, el intercambio, el cuidado, cambia con el tiempo, cada una ocupa un papel que permite estabilidad en la estructura de la familia, y paz en la vida de las dos.

Pero con más frecuencia me encuentro que muchas veces las mamás, por su trayectoria de dependencia con sus propios padres, luego con sus parejas y  a veces con algunos hermanos, al pasar el tiempo quieren trasladar esa dependencia a las relación con los hijos.

Muchas hijas me consultan con desesperación respecto a cómo poner límites a sus madres, quienes les demandan de todo – cuidados, tiempo de recreación, viajes, llamadas telefónicas diarias y hasta préstamos económicos frecuentes – como devolución a la “inversión de tiempo y esfuerzo” que hicieron en su crianza.

Si bien algunos hijos varones entrarían también en este esquema de parentar a sus padres, la sociedad patriarcal que favorece la autonomía de los hombres, y que deposita en las mujeres las tareas de cuidado físico y emocional de las personas, atrapa a muchas hijas en la idea de que ahora les corresponde satisfacer las necesidades físicas, emocionales, sociales y hasta económicas de sus madres.

Entonces, ¿Cómo avanzar siendo mujeres jóvenes en la autonomía emocional, esa que facilita legitimizar las propias necesidades, intereses, deseos y valores, cuando nuestras mamás nos demandan de más?

Una buena hija siempre tendrá una actitud de respeto, consideración y apoyo a sus progenitores, pero esto es muy distinto a tolerar abusos y ceder ante chantajes que obstaculizan relacionarnos amorosas con nuestras madres, y construir al mismo tiempo nuestro propio proyecto vital.  

Poner límites a nuestras propias madres es una forma de madurar, de preservar nuestra integridad física, emocional y económica, y a su vez de cuidar y mejorar el vínculo con nuestra mamá.

Con culpa y con temor de nuestra parte, e incluso generando  el enojo de nuestra madre, hemos de ir incluyendo pautas de conducta con límites claros de lo que sí podemos y de lo que no podemos dar, y tras ello, tolerar la molestia emocional que nos produce sentirnos “malas hijas” y quizás incluso, en algunos casos, tener que poner cierta distancia temporal con nuestra mamá.

Prestarle dinero que nosotras requerimos para vivir y crecer, renunciar a un trabajo por no abandonarlas a la hora de comer, sabotear una relación por no generarles malestar, e incluirlas a todos nuestros eventos sociales para que no se sientan desplazadas, son conductas que nos impiden diferenciación de ellas y, sin duda, madurar nuestra relación madre hija. 

Te pongo un ejemplo que puede dar elementos para comprender mejor tu posición como hija, ante la relación con tu mamá:

Rosalía, una consultante de 26 encontró finalmente un trabajo que le dio bastante seguridad y libertad.  En su contento, durante uno o dos meses tuvo el gusto de regalarle a su mamá algunas cosas que sabía que ella anhelaba, y en efecto, con eso no solo la sorprendió sino que la hizo muy feliz.

Pasado el tercero o cuarto mes de labores, Rosalía suspendió el regalo mensual pero asumió darle a su mamá una cantidad para compartir al gasto mensual del hogar en el que ella misma vivía. Rosalía ya estaba planeando mudarse con unas roomies terminando el año que apenas iniciaba.

Antes de mudarse, la mamá le pediría dinero prestado para hacer unas reparaciones de la casa que no se habían priorizado. Rosalía le prestó una cantidad de dinero que la llevó a aplazar su mudanza pero confiando que lo iba a recuperar.  

Cuando pidió a su mamá la devolución del préstamo, no solo no se lo devolvió, sino que además le volvió a pedir más dinero para “unas deudas que debía saldar”. Rosalía con sentimientos encontrados pero también con determinación pudo ponerle un límite decisivo:

“Mamá, procuraré prestarte dinero cuando me lo pidas, siempre que me hayas pagado el préstamo anterior”. Primera y última vez que entraron en esta situación económica. Un límite a tiempo es parar un problema eterno.

Hay madres que se dan cuenta, con una observación nuestra, que llegó el momento de asumir el nido vacío y la propia responsabilidad, si están en una situación de mucho desvalecimiento, claro, pueden pedir ayuda de manera oportuna, constructiva, moderada y repartida entre los hijos u otros familiares cercanos para apoyar en sus necesidades económicas, emocionales, y sociales.

Pero también se puede pensar en acompañarlas a desarrollar una labor o desplegar un proyecto que les reporte no solo dinero, sino también una satisfacción emocional.

Hay madres que ven a los hijos como la inversión que les va a redituar cuando ellas lleguen a su vejez. Creo que depende de nosotras el saber realmente de qué se tratan las historias con nuestras mamás y entender en que sí podemos brindar apoyo, y en que no nos debemos involucrar.

En caso de madres que están ya en una situación de enfermedad, con limitaciones serias físicas y emocionales,  lo primero es saber qué atención adecuada médica, psicológica requieren.

Pero si no están en una estado de crisis y desvalecimiento, y su deseo es continuar con una actitud de dependencia emocional y económica, somos nosotras (las hijas), quienes debemos saber cómo colocarnos con respecto a ellas, atravesando la culpa que nos genere, y aprender a decir, respetuosa y amorosamente, “no”.

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