Padres y madres debemos aspirar a lograr que nuestros hijos conquisten su autonomía, tanto emocional (reconociendo, desarrollando y legitimando sus propios deseos, sueños, necesidades, intereses y valores), como económica (generando los recursos materiales que necesitan para vivir de manera independiente). Pero entonces, ¿Por qué mi hijo me culpa de todo?.
Escrito por: Tere Díaz
Tiempo de lectura: 6 minutos
Si nuestros padres fallaron en esta tarea, ya como adultos debemos trabajar en nuestra diferenciación, la cual implica lograr el equilibrio entre la cercanía- distancia con nuestros padres, es decir, no tener que fusionarnos en ellos para estar en paz, o por el contrario, romper del todo para poder sentirnos a salvo.
Cuando no se logra la diferenciación y los hijos no toman responsabilidad de sus propias vidas, ya sea en términos materiales o emocionales, continúan culpando a los padres por sus dolores, desgracias y fracasos.
Entre las muchas razones por las que un hijo culpa a sus progenitores por lo que les sucede, se encuentran las siguientes:
Experiencias no resueltas: Los reclamos constantes de los hijos hacia sus padres pueden tener su origen en eventos específicos de su pasado, ya sea en la infancia o adolescencia, en los que ocurrieron situaciones que no se resolvieron satisfactoriamente para el hijo dejando en él sentimientos de decepción, tristeza o resentimiento. Es posible que en aquel entonces los padres minimizaran o pasaran por alto estos eventos, lo que lleva a los hijos a sentirse atrapados en las consecuencias de aquello.
Sobreprotección y permisividad: Algunos padres sobreprotegen a sus hijos con la intención de evitarles el sufrimiento. Esto puede debilitar el carácter de aquellos y generar una falta de fuerza interna y de voluntad. Incluso si un niño tuvo desventajas particulares en su infancia, una educación con amor y disciplina puede ayudarles a entender su condición y utilizar sus recursos de manera efectiva. La sobreprotección y la falta de límites pueden llevar a una actitud de victimismo y dependencia en los hijos, dificultando su capacidad para tolerar la frustración, superar las adversidades y lograr metas por sí mismos.
Jerarquías familiares desequilibradas: En una familia, es importante que los padres mantengan la autoridad y el poder adecuados para mantener el equilibrio y la armonía. Cuando los hijos asumen roles de poder indebidos, el sistema familiar se desestabiliza, generando conflictos y desarmonía. Tener demasiado poder puede generar ansiedad en los hijos, ya que no es su papel llevar esa carga.
Temperamentos difíciles: Nacemos con cierta predispoción temperamental. Algunos niños desde pequeñitos son más tranquilos y dóciles, mientras que otros son más demandantes y desafiantes. Esto no niega la influencia del entorno, pero la carga genética también juega un papel importante. Algunos niños por tanto pueden ser más difíciles de entender y educar, lo que puede dar lugar a actitudes manipuladoras, egocéntricas e inconformes.
En conclusión
El rol de los padres es crucial para fomentar la autonomía de sus hijos en aspectos emocionales y económicos. La consecución de esta autonomía no solo implica la capacidad de reconocer y perseguir sus deseos y necesidades, sino también de generar los medios necesarios para su independencia.
Al lograr un equilibrio entre la cercanía y la distancia emocional con los padres, se evita caer en la dependencia o en la ruptura total. Asimismo, es importante reconocer que culpar a los padres por las dificultades actuales está arraigado en experiencias no resueltas y en dinámicas familiares desequilibradas.
En última instancia, se destaca la necesidad de un enfoque equilibrado y consciente en la crianza, fomentando la autonomía y el desarrollo emocional saludable en las futuras generaciones.
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