Mi padre… (y los padres del presente)

Escrito por: Tere Díaz

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Siempre he pensado que carecemos de buenos padres. La crianza parece ser, todavía, más un tema de las madres y en general de las mujeres, que una responsabilidad compartida entre hombres y mujeres. Así, durante generaciones muchos hombres han aplicado el: “yo no fui…” y emprenden la huida; o como dicen en algunos lugares: “salen a comprar cigarros, para no volver jamás. Así fue el caso de mi abuelo paterno, quien en 1930 dejó a mi papá al nacer,. para reaparecer de a poquito, años después. 

Un padre sin padre

Mi abuelo, un inmigrante gallego que enamoró a una joven libanesa huérfana, hizo lo que varios hombres hacen, en distintos grados, de distintas formas y a distintos tiempos:desentenderse de toda responsabilidad con respecto a los hijos. Así, mi padre creció sin padre.

 

A los siete años que lo fue a buscar, sabía donde trabajaba, y queriendo demostrar a sus amigos del vecindario –que de hijo bastardo no lo bajaban– que él era hijo de alguien, se apareció frente a su progenitor. Mi abuelo, sin duda, sabía de su existencia, por eso cuando lo vio tras el cristal de la peletería señalándolo, supo. Salió, y nombrándolo “Luisiño”lo alzó en sus brazos. Ahí inició una relación compleja, como suelen ser las relaciones entre padres e hijos, distante, pero constante hasta que mi abuelo murió cuando mi padre tenía a penas 17 años. 

 

El vínculo entre ambos, y con la certeza de que su madre no lo abandonaría –a quién por cierto sólo veía llegada la noche pues trabajaba a triples jornadas–, mi padre se dio a la tarea de construir el tipo de familia que él no tuvo; numerosa, pegajosa, sólida y confiable. Mi mamá fue piedra angular de tal proyecto, hasta que murió cuando yo, la mayor de cuatro hermanas, tenía 22 años, dejando todo el peso de la crianza en manos de mi papá.

 

De ese momento hasta ahora han pasado más de 36 años, en todos estuvo presente mi padre. Si bien, hubo que capotear su carácter férreo y su autoridad incuestionable, su forma de estar fue lo más cierto, y contenedor que la vida me ha dado.

Una padre muy padre

Lo recuerdo activo y creativo a más no poder, siempre implicado en nuevos proyectos de trabajo, en diversos universos de estudio, y planeando encuentros y viajes con amistades. Se volvió a casar a los tres años de la muerte de mi mamá. Y en todo su ir y venir,  nunca dejé de tener la certeza de que nosotras cuatro éramos el eje de sus prioridades y el núcleo central de su vida. Siempre supe que jamás se iría, y que –entre exigencias, intromisiones y sermones– su amor era incondicional.

 

De niña esperaba su vuelta a casa con entusiasmo. Recuerdo sus juegos en la mesa durante la cena, los planes para el fin de semana, las ayudas para terminar alguna tarea, las charlas anecdóticas sobre la su infancia, y los cuentos y apapachos antes de dormir. Una presencia llena de cariño y aventuras. 

 

Su inmensa responsabilidad y exigencia hacia nosotras generó sus desventuras también. Pero entre los muchos viajes que planeaba, las comidas que organizaba, las caminatas que guiaba, las reflexiones que promovía y los nietos que apapachaba, tuve la oportunidad de sanar los raspones de toda una vida compartida. 

 

Y siguiendo con las certezas, estoy segura que mi padre rebasó el rol del protector físico y económico que guarda distancia emocional. Nunca fue ese extraño al que se ama porque se extraña, al contrario, era toda conexión y toda presencia. Y justoesa inmensa presencia, que todavía me arropa, es la que me ha dificultado integrar su reciente ausencia. 

A los padres

Sobra decir este 20 de junio, que los padres que saben cuidar tienen un impacto inmensamente positivo en la vida de sus hijos. Pero la labor no es sencilla, quien opta por una paternidad comprometida tiene una doble y a veces agobiante misión: proponer una vivencia de su rol y hacerlo en un medio donde muchas veces se encontrarán solos, incomprendidos por el mismo sistema machista que los beneficia. 

 

Somos una sociedad huérfana de modelos de padre positivos, cercanos y no violentos. pero también creo que es uno de los campos más fértiles en donde un varón adulto puede demostrar cánones positivos y no violentos de la masculinidad es en el ejercicio activo de la paternidad corresponsable y afectiva. Mientras esto no ocurra, el paradigma masculino tóxico nos habrá producido una herida irreversible. 

 

Siendo consciente de que carecemos, en buena medida ,de modelos visibles de padres comprometidos con el cuidado físico y emocional de sus hijas e hijos, confío en que las generaciones venideras tengan padres más padres. 

Poema que mi padre escribió cuando tenía 80 años 

En la noche oscura

de mis ochenta años

cuando ya se han roto   

todos los engaños   

cuatro lucecitas   

flotan en mi mente   

sus cuatro caritas    

me miran sonrientes   

me dicen 

papá…

Luis Díaz, 2011.

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