Un solo “¡NO!”, no alcanza

Vengo de una familia formada por cuatro hermanas donde la hazaña de convertirnos en “mujeres de bien” implicaba vivir para, por, según, de, desde y tras los demás. Crecí observando de la manera más natural a mi tía cuidando a mi abuelo, mientras mis tíos procuraban visitarlo cada semana, a mi madre atendiendo a mi padre, mientras él se desplomaba en el sillón de su habitación y a mis primas renunciando a sus vacaciones para no dejar sola a su mamá.

Para mí, la infancia fue un aprendizaje intensivo para priorizar los deseos e intereses ajenos, por encima de mis propias necesidades, intereses, gustos y anhelos. Hasta que un buen día, sintiendo que mi mundo de posibilidades era demasiado angosto para mis anchos sueños, mi cabeza fantaseó con una idea: “si yo hubiera nacido hombre, podría tantas cosas más…”.

Si bien de esto ya han pasado unos años, no hay duda de que la vida de cada mujer, ya sea soltera, casada, profesionista, con o sin hijos, joven o entradita en años como yo, se sigue dando dentro de las reglas del juego de la hegemonía patriarcal: rodeadas e inmersas en mitos, creencias e ideologías patriarcales que la mayoría de nosotras no logramos entender.

“Si yo hubiera nacido hombre, podría tantas cosas más…”.

Hoy nos seguimos preguntando cómo, cuándo, dónde, o por qué, perdimos nuestra autonomía y entregamos nuestra libertad. ¿Cuál será el perfil de una mujer que maneja con suficiente maestría el arte de decir no? ¿Cuál será su historia, entrenamiento, genética, contexto, familia y “huevos cocinados”?

Y es que para construirnos como mujeres autónomas, muchas veces hemos de tolerar una ansiedad y culpa que ameritan poner límites, escucharnos a nosotras mismas, y decir sencillamente ¡no!; y legitimar nuestro derecho de negarnos a dar, ceder y conceder, lo que no podemos o no queremos dar. Una mujer que no se busca a sí misma, que no satisface sus necesidades y deseos más profundos, poco a poco se despoja de su auténtica humanidad. Una mujer que no se cuida a sí misma, da su poder a los demás.

Por lo pronto, confío en que “en eso estamos”, a jalones y trompicones pero con mayor conciencia y mayor responsabilidad. Para entonces sí, encontraremos la valía genuina de la entrega y el auténtico sentido del servicio, echando fuera la imposición del sometimiento, del miedo y de la opresión.

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